Dear Brothers and Sisters in Christ,
Looking from the outside, Christianity can seem pretty odd! We make quite a bold claim: God came to us at a specific time, in a specific place, in a specific family. And uniquely so.
On Christmas Eve, we sing The Nativity of Our Lord Jesus Christ, proclaiming our faith in song. We declare that God came to us at a specific time: “When ages beyond number had run their course from the creation of the world… around the thousandth year since David was anointed King… in the forty-second year of the reign of Caesar Octavian Augustus.” That God came to us in a very specific place: “in Bethlehem of Judah.” And that this God-child, in typical human fashion, “when nine months had passed since his conception was born of the Virgin Mary,” into a specific (if not quite traditional) family.
Theologians call this the “scandal of particularity:” THIS time, THIS place, THIS people. But this shouldn’t be surprising. As Annie Dillard put it in her “Pilgrim at Tinker Creek:”
That Christ’s incarnation occurred improbably, ridiculously, at such-and-such a time, into such-and-such a place, is referred to — with great sincerity even among believers — as “the scandal of particularity.” Well, the “scandal of particularity” is the only world that I, in particular, know. What use has eternity for light? We’re all up to our necks in this particular scandal.
That is, as human beings, we don’t experience the world in generalities; all we know is specifics. So, if God wants to be intimately known by God’s creatures — then God will come to us in a very specific, particular way. Thank God!
Such particularity reminds me of the Christmas classic, “It’s a Wonderful Life.” George Bailey (a specific person) in 1945 Bedford Falls (a specific time and place) faces a crisis, that leads him to regret the decisions he has made and to think it would have been better if he had never been born. His guardian angel, Clarence, shows him how far from the truth that was; that without him, Bedford Falls (now Pottersville) would be a very different place indeed! There was no “generic” George Bailey; no generic town or time.
And the same is true for each of us. God created us in our particularity; God loves us in our uniqueness. Not generic humanity, but each of us. We were brought into being in this place at this time; just like Jesus was born “according to the flesh” in his. It’s tempting to think that doing away with our differences would fix everything; but it is in that diversity that the gifts we need to live as Christ would have us live can be found. We can’t walk the pilgrim path of faith alone. It really does take a village — and one full of all sorts of people!
As you gather with your particular household, family, friends, and faith community, I hope and pray that you will have the grace to see Christ there among you—yes, even in the middle of the messiness! To rejoice in his peace and presence. To be renewed in hope.
Sincerely yours in Christ,
Most Rev. Dennis G. Walsh
Bishop of Davenport
No camines solo por el sendero de la fe
Queridos Hermanos y Hermanas en Cristo:
Visto desde afuera, el cristianismo puede parecer bastante extraño. Hacemos una afirmación bastante audaz: Dios vino a nosotros en un momento específico, en un lugar específico, en una familia específica. Y de manera única.
En la víspera de Navidad, cantamos la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo , proclamando nuestra fe en un canto. Declaramos que Dios vino a nosotros en un momento específico: “Cuando los siglos incontables habían transcurrido desde la Creación del mundo… alrededor del año mil desde que David fue ungido Rey… en el año cuarenta y dos del reinado de César Octavio Augusto”. Que Dios vino a nosotros en un lugar muy específico: “en Belén de Judá”. Y que este Dios-niño, al estilo típicamente humano, “cuando habían pasado nueve meses desde su concepción nació de la Virgen María”, en una familia específica (si bien no del todo tradicional).
Los teólogos llaman a esto el “escándalo de la particularidad”: ESTA época, ESTE lugar, ESTA gente. Pero esto no debería sorprendernos. Como lo expresó Annie Dillard en su libro “Una Temporada en Tinker Creek” (“Pilgrim at Tinker Creek,” en ingles
El hecho de que la encarnación de Cristo se haya producido de forma improbable, ridícula, en tal momento y en tal lugar, es algo que se denomina —con gran sinceridad incluso entre los creyentes— “el escándalo de la particularidad”. Pues bien, el “escándalo de la particularidad” es la única palabra que yo, en particular, conozco. ¿De qué sirve la eternidad para la luz? Todos estamos hasta el cuello en este escándalo particular.
Es decir, como seres humanos, no experimentamos el mundo en generalidades; todo lo que conocemos son detalles específicos. Por lo tanto, si Dios quiere ser conocido íntimamente por sus criaturas, entonces Dios vendrá a nosotros de una manera muy específica y particular. ¡Gracias a Dios!
Esta particularidad me recuerda al clásico navideño “Qué bello es vivir”. George Bailey (una persona específica) en Bedford Falls (un tiempo y lugar específicos) de 1945 enfrenta una crisis que lo lleva a lamentar las decisiones que ha tomado y a pensar que habría sido mejor no haber nacido. Su ángel guardián, Clarence, le muestra cuán lejos de la verdad estaba eso; que sin él, Bedford Falls (ahora Pottersville ) sería un lugar muy diferente. No había un George Bailey “genérico”, ni una ciudad o un tiempo genéricos.
Y lo mismo es cierto para cada uno de nosotros. Dios nos creó en nuestra particularidad; Dios nos ama en nuestra singularidad. No como una humanidad genérica, sino como cada uno de nosotros. Fuimos creados en este lugar y en este momento; tal como Jesús nació “según la carne”. Es tentador pensar que eliminar nuestras diferencias solucionaría todo; pero es en esa diversidad donde se pueden encontrar los dones que necesitamos para vivir como Cristo quiere que vivamos. No podemos recorrer el camino de la fe solos. Realmente se necesita un pueblo, ¡y uno lleno de todo tipo de personas!
Al reunirse con su familia, sus amigos y su comunidad de fe, espero y ruego que tengan la gracia de ver a Cristo allí entre ustedes, sí, ¡incluso en medio del desorden! Para regocijarse en su paz y presencia. Para renovarse en la esperanza.
Sinceramente suyo en Cristo,
Rev. Mons. Dennis G. Walsh
Obispo de Davenport