Por Miriam Wainwright
El Mensajero Católico
La inmigración ha sido parte de la historia del hombre; por una u otra razón, hombres y pueblos enteros han tenido que emigrar, ya sea por las condiciones precarias de ciertos lugares, la aridez del suelo, la falta de agua o de cualquiera de los recursos básicos para la supervivencia e incluso muchas veces por las guerras: Hombres, familias o pueblos enteros se veían en la necesidad de abandonar con tristeza, el suelo, la tierra que los vio nacer, para buscar nuevos horizontes, lugares con mejores alternativas y han enfrentado toda clase de sufrimientos en su incorporación a ese nuevo sistema de vida, por el simple hecho de ser inmigrantes. ¡Qué triste! Ciertas cosas no cambian nunca, y aun ahora, en esta era de los grandiosos avances tecnológicos, en la medicina, la industria y, los grandes medios de comunicación; vemos a los hombres y pueblos, sufriendo por las mismas razones que hace miles de años, por la simple razón de ser inmigrantes. Basta mirar en nuestras propias familias y comunidades y veremos la tristeza del inmigrante quien por necesidad, se ha echado mochila al hombro y sin más ha emprendido su propio éxodo, dejando atrás a sus seres queridos, para poder trabajar y proveerles lo necesario para el diario vivir; no le importa que le desprecien, que le llamen forastero, extranjero, indocumentado o ilegal, en su mente y su corazón solo esta su familia.
Su tristeza no nació por los desprecios, abusos y cansancios de tener que realizar los trabajos más duros y menos cotizados de la sociedad; ni por ser tildado como ladrón de oportunidades, de ocupar trabajos que deberían ser realizados por los ciudadanos o nativos del lugar, ni por ser discriminado al no hablar la lengua del país al que emigro o por su color. No, su tristeza nació en su propia tie-rra, la que lo vio nacer y crecer, donde tuvo sus amigos de la adolescencia, obtuvo su primer trabajo, conoció a su novia y se caso, donde formó su familia de la que pensó nunca separarse, pero que un día, por cosas de la vida se vio atrapado entre dos muros: la falta de oportunidades y la necesidad de proveer lo necesario, a los seres que dependen de él, sin otra alternativa que emigrar y le comenzó la tristeza. Se hecho al andar, decidido a enfrentar lo que el camino le deparara, con la tristeza y la soledad como sus compañeras inseparables de viaje. Logró llegar y encontró un trabajo y con mucha alegría, comenzó a mandar sus primeros envíos de dinero, y pasa el tiempo y cuando al fin se decide regresar, se da cuenta que ya nada es lo mismo, sus padres ya no están, murieron mientras el estaba lejos, sus hijos crecieron y tomaron sus propios caminos, sus hermanos y amigos se mudaron o murieron, su esposa y el ahora son mayores y están enfermos, ahora se pregunta si valió la pena, si fue bueno emigrar para sobrevivir o hubiese sido mejor que se quedara, sumidos todos en la miseria, nunca lo sabrá; lo hecho, hecho esta.. cumplió con su responsabilidad de proveedor de la familia, aunque para eso, les privo y se privo él mismo, de uno de los más grande tesoros que tenemos los seres humanos, la convivencia en familia, el calor y el amor de sus seres queridos.
Qué triste, el desprecio y malos tratos sufridos sobre todo por el inmigrante indocumentado en tierra ajena, el ser considerados como una casta inferior, un mal indeseable, pero a veces necesario, útil para las tareas más bajas, sin igualdad de condiciones, tenido como un fastidio por algunos políticos de corrientes sociales que piensan que el retraso económico y social de las comunidades son causadas por los mismos pobres; pero aun más triste es cuando el inmigrante indocumentado es atacado por personas de su misma raza, inmigrantes que por la Gracia Divina, han superado la barrera de lo legal y siendo ya documentados, se dedican ahora a protestar en contra de sus hermanos, apoyando leyes severas en su contra o protestando por pequeñas prebendas que les pudieran beneficiar.
Esto no sorprendería si fueran personas no creyentes; pero si sorprende cuando este tipo de actitudes, provienen de personas que se llaman cristianos; personas, que creen en Cristo Jesús pero desprecian sus llagas, que quieren hacer del Evangelio de Cristo, un restaurant tipo bufet, donde solo se sirven lo que les apetece o conviene, olvidándose de los preceptos básicos de la caridad y el amor al prójimo y ya lo dijo nues-tro Papa Francisco : ‘’Quien toca la carne de los pobres y sufrientes..toca la carne de Cristo’’
¡AHORA LA TRISTEZA YA NO ES EXCLUSIVA DEL
INMIGRANTE Y PASA A SER TAMBIEN…LA TRISTEZA DE DIOS!!