Por: P. Troy Richmond
El Mensajero Católico
Durante el mes de noviembre, la Iglesia nos invita a reflexionar sobre nuestra mortalidad y la brevedad de nuestra vida aquí en la tierra. Dedicamos el primer día de noviembre a la
celebración de Todos los Santos y, el segundo día, lo llamamos Todos los Fieles Difuntos. A medida que luchamos con la certeza de la muerte, encontramos consuelo en la victoria de Cristo sobre la muerte y la esperanza de nuestra bendita resurrección en Cristo.
En la Misa, profesamos en el Credo de Nicea: “Creo en la Comunión de los Santos”. Así como nuestra fe nos asegura hay algo más allá de la tumba para nosotros, así también nuestra creencia en la Comunión de los Santos nos asegura que estamos unidos como uno en la vida y en la muerte. Pertenecemos a la “Iglesia Militante”, a aquellos miembros del Cuerpo de Cristo que todavía están en la lucha contra el pecado y la tentación, buscando la santidad y la corona de la justicia.
Se nos insta a lo largo del mes de noviembre, de hecho cada día de nuestras vidas, a orar por el “Sufrimiento de la Iglesia”, por aquellas almas que aún están en proceso de purificación en el Purgatorio. A través del compartir los bienes espirituales, la ofrenda de las Misas y la elevación de las oraciones, continuamos ayudando a nuestros hermanos y hermanas que están experimentando el fuego purificador, para que puedan contemplar el brillo y el resplandor de Dios cara a cara.
Finalmente, somos alentados e inspirados por la “Iglesia Triunfante”, aquellos santos que ahora contemplan a Dios cara a cara. A través de su ejemplo, se nos anima a esforzarnos, diariamente, por la santidad de corazón. A través de su intercesión, recibimos la fuerza para vencer el pecado y la tentación. Aunque noviembre trae consigo días más cortos y el frío premonitorio del invierno, es un mes bendecido. Este mes se nos recuerda que no estamos solos, sino que somos parte de algo mucho más grande de lo que nuestros ojos humanos pueden ver. Recordemos la brevedad de nuestros días, para no perder nunca de vista, el inmenso don que nos espera, mientras mantenemos nuestro corazón firme, fijo en Nuestro Señor.
(Padre Richmond es pastor de laparroquia de San Patricio en Iowa City.)