Los Miserables y el obispo David O’Connell

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Padre Guillermo Treviño, en el centro, posa con los obispos David O’Connell y Thomas Zinkula el año pasado. El obispo O’Connell, un defensor de los pobres, murió la semana pasada; la causa de la muerte está siendo tratada como asesinato, ya que fue baleado.

Por: Father Guillermo Treviño
El Mensajero Católico

Este escrito fue parte de mi homilía el domingo 19 de febrero, inspirado en el evangelio de Mateo 5, 38-48… y amando a los enemigos. También centrado en la perfección, como la de nuestro Padre celestial. En el seminario siempre se nos repetía, que el sacerdote debe imitar a Cristo, lo cual no es fácil. El hecho del celibato sacerdotal se inspira en el ejemplo de Jesús, que no está casado. En mi primera Misa como sacerdote, el párroco de mi parroquia natal, Sta. María en Moline, Illinois, enfatizó este punto durante la homilía y me dijo: “Debes ser un ‘alter Christus’, otro Cristo. Esto me incomodaba, porque no siento que pueda llegar a serlo. Sin embargo, este evangelio y las dos historias que compartiré son el tipo de perfección a la que realmente estamos siendo llamados.

El libro Los Miserables de Victor Hugo, convertido en una obra de teatro y luego en película, es considerado una de las mejores obras jamás escritas. El libro cuenta la historia de Jean Valjean, un gran héroe y un personaje increíble; pero antes de todo eso, en sus inicios, Jean Valjean era un delincuente y, después de estar en la prisión, le resultó muy difícil llegar a fin de mes. No pudo encontrar un lugar para quedarse, así que preguntando, se queda en la casa del obispo Myriel. Por la noche, el criminal Jean Valjean, decidió robar algunos cubiertos y marcharse. El obispo Myriel lo escucha y pregunta: “¿Hay alguien ahí?” Presa del pánico, Jean Valjean golpea al obispo y huye. Más tarde, la policía encuentra a Jean Valjean en el bosque y Valjean afirma que el
obispo Myriel le dio los artículos que tenía.

La policía lleva a Jean Valjean a la residencia del obispo Myriel y le cuentan al obispo, que Jean Valjean afirma haber recibido los cubiertos de él. En ese momento, el obispo tiene una decisión muy importante. Puede verificar las acusaciones y enviar a Jean Valjean de regreso a prisión. En cambio, hace algo tan inesperado que lo cambia todo. El obispo Myriel dice que le dio a Jean Valjean esos artículos y está contento de que lo trajeran, porque se fue temprano. El obispo le dice a Valjean: “¡Olvidaste los candelabros!” Estos artículos hechos de plata pura, son muy valiosos, varios miles de dólares en la Francia del siglo XIX, ¡Imagínense cuánto valdrían hoy! Los policías le quitan las esposas a Jean Valjean y él se pone a llorar. Cuando están a solas, el obispo Myriel le dice: “Pero recuerda esto, hermano mío. Vea usted en esto algún plan superior. Debes usar esta preciosa plata para
convertirte en un hombre honesto. Por el testimonio de los mártires, por la pasión y la sangre, Dios te ha sacado de las tinieblas, hoy he comprado tu alma para Dios”.

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Este es un gran ejemplo de perfección e inteligencia, que muchos en la Francia del siglo XIX, después de la Revolución Francesa, no podían creer que hubiera sido hecho por un clérigo. Víctor Hugo, el propio hijo del autor de Los Miserables, quería que su padre cambiara al obispo por un médico; pero Víctor Hugo, el escritor, mantuvo al obispo en la historia. Margaret Oliphant, una novelista y escritora escocesa de historia, escribió en The Contemporary Review, que el retrato del obispo Myriel es la “nota clave de la maravillosa historia”. Consideró todas las aventuras de Valjean y Javert “en un nivel de arte mucho más bajo que la apertura”. Ella decía: “Toda la lucha posterior es secundaria al gran evento del comienzo, que es la salvación de Jean Valjean, no de la ley de los prejuicios de la sociedad, sino del poder del mal. Javert es un accidente, aunque llamativo; la
verdadera materia es mucho más alta; es obra del obispo Myriel, no del código penal. Es la redención de un alma; es la lucha, en primer lugar, del pecado dominante con los sombríos nacimientos de una vida mejor”.

Kathryn M. Grossman describe el trabajo del obispo Myriel en la transformación de las vidas de los pobres como una “inversión” moral. Su “comportamiento fraternal corresponde así a una economía de marketing en las almas”. Ella continúa: “Con su robo, Jean Valjean muestra que todavía está encadenado al odio y la ira; por su generosidad, Myriel opera una
compra espiritual que sustituye “la buena voluntad, la mansedumbre y la paz, en otras palabras, a ‘Dios’, por esta mentalidad satánica. Mientras que solo Cristo puede redimir con el sacrificio de su vida, su obispo puede realizar un igualmente intercambio efectivo. Al despojarse de su plata, Myriel invierte en Valjean. Todo lo que exige del destinatario es que demuestre ser digno de la promesa, que no pudo haber hecho en su prisión del pecado; pero que hubiera hecho después de su liberación. La ficción sublime abre el camino a una verdad superior”.

La escritora católica Theresa Malcolm dice que después de la partida de Valjean, “el obispo Myriel nunca más aparece en la historia; pero es el alma de la novela, el que sembró amor donde había odio, luz donde había oscuridad”. Este fue el final de homilía, brindando un desafío del evangelio a amar a nuestros enemigos y hacerles saber que se olvidaron de los candeleros.

El domingo por la mañana, justo antes de la misa de las 8 am, en Columbus Junction, me informaron de la muerte del obispo David O’Connell. Fue presidente del Subcomité de la Campaña Católica para el Desarrollo Humano y obispo auxiliar de Los Ángeles. Fue el obispo que me presentó para el premio Cardenal Bernardin Nuevo Liderazgo 2022. El
diácono Kent Ferris y yo, quedamos conmocionados por el anuncio, pero añadimos la muerte y su historia a mi homilía. La causa de la muerte está siendo tratada como un asesinato ya que fue baleado. El obispo O’Connell fue un defensor de los pobres y, en mi opinión, no le gustaba que lo malo pesara más que lo bueno. La historia del obispo Myriel puede ser ficción, pero puede ser un buen ejemplo para que lo sigamos. El obispo O’Connell fue un “obispo Myriel” de la vida real y un gran testigo de ayudar a los demás. Que sigamos amando como dice nuestro evangelio, amando a nuestros enemigos y dándoles nuestros candeleros en el camino de la perfección.

(Padre Guillermo Treviño es pastor de las parroquias de San José en Columbus Junction y San José en West Liberty y,
también, capellán del Centro de Educación Católica Regina en Iowa City.)


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