Por: Padre Dale Mallory
En las actuales parroquias católicas, una preocupación común es “¿cómo construir un sentido de comunidad en un mundo dividido?” Para muchas parroquias, existen divisiones entre los que asisten a misa diaria y los que asisten a misa el fin de semana; diferencias entre los feligreses que ponen su atención en el voluntariado y en el deseo de llegar a más miembros de la comunidad y aquellos feligreses que ponen su atención en la liturgia; diferencias entre los feligreses que hablan inglés y aquellos que hablan otro idioma, etc.
Cuando supe que mi primera asignación, como sacerdote recién ordenado, era ayudar durante el verano en la parroquia de San Antonio en el centro de Davenport, estaba un poco preocupado. Dada la diversidad de sus feligreses y sus respectivas expectativas e intereses, me preguntaba si San Antonio sería una de esas parroquias divididas donde cada pequeño grupo es una mini-parroquia en sí misma.
Cuando llegué a conocer a los feligreses el verano pasado, vi una parroquia que, aunque diversa en idioma, cultura y filosofía personal, se hallaba en su deseo de ser una sólida comunidad de San Antonio. Yo que esperaba ver un conflicto entre feligreses centrados en la liturgia y feligreses centrados en el voluntariado, encontré una comunidad que integra su voluntariado y llegada a las personas más alejadas de la comunidad, a través de la oración y el encuentro personal. Donde yo esperaba ver una barrera entre los feligreses que hablan español e inglés, encontré un deseo en ambos lados de conocerse y colaborar con el otro, respetado la preferencia litúrgica de cada uno.
Habiendo reflexionado sobre la unidad en la diversidad desde que dejé San Antonio, para ir a mi siguiente asignación, he llegado a la conclusión que, en última instancia, esta unidad tiene sus raíces en el entendimiento de lo que es una parroquia, sobre el orden adecuado que debe tener una parroquia y de sus actividades. Las parroquias realizan una amplia variedad de servicios, pero estos servicios deben estar ordenados al fin último de la Iglesia: hacer discípulos a todas las naciones.
La parroquia no existe simplemente para ser un programa de servicio social, para brindar un espacio de adoración o para preservar la cultura o el idioma. Más bien, existe para llevar a las personas a la salvación en Cristo a través de cualquier medio posible, incluso a través del alcance social, la liturgia y las tradiciones culturales. Siempre que cada grupo dentro de una parroquia esté trabajando hacia esta meta, cada grupo puede continuar con su misión particular y al mismo tiempo tener una cultura compartida de evangelización y adoración con la comunidad parroquial en general.
Bien sabemos que, esta mentalidad centrada en Cristo no eliminará instantáneamente todos los problemas de la parroquia. Especialmente en el idioma, puede ser difícil de manejar, tal como también lo experimenté en San Antonio, cuando trabajé con feligreses que hablan inglés y español. Sin embargo, tal como aprendí en la parroquia de San Antonio, podemos sorprendernos de cuánto podemos lograr juntos por el bien de la misión de Cristo y de la Iglesia, si estamos dispuestos a ver a los demás como colaboradores en lugar de obstáculos que queremos superar. Esta fue la lección más grande que aprendí en mi breve tiempo en San Antonio. Es uno que llevaré conmigo en mi futuro ministerio sacerdotal.