Por Ana Maria Shambaugh
El Mensajero Católico
Con el Domingo de Resurrección, nuestra vida como católicos adquiere un verdadero sentido. Cristo vence a la muerte, al pecado y con ello nos abre las puertas del cielo. “Si Cristo no hubiera resucitado, vana seria nuestra fe” (I Corintios 15,14). Jesús nos asegura, que nosotros resucitaremos también, que él ha ganado para nosotros la vida eterna.
Cuenta una historia, que un anciano párroco que vivía en un pueblo pequeño, estaba preparando a un grupo de niños para que hagan su Primera Comunión. Un día en la doctrina, el párroco comentó:
-A ver, ¿quién sabe dónde nació Jesús? -En Belén – respondieron los niños a coro.
-Y ¿dónde murió? -En el Calvario – volvieron a responder a una sola voz.
-Pero lo que no saben es dónde está enterrado…. Esta pregunta quiero que la piensen muy bien y la contesten uno a uno.
Los niños se quedaron pensativo, pues pensaron que lo que ellos tenían en la mente no sería la respuesta correcta. Así que, haciéndose un poco los listos, fueron respondiendo uno a uno:
– ¡Yo no lo sé! –dijo uno. Otro dijo: “¡En México! Un tercero pensó que Lourdes sería una buena respuesta; a lo que un cuarto corrigió a los demás, respondió: “No estoy seguro si estaba en Roma o en Jerusalén.”
Viendo el revuelo que se comenzaba a formar, el sacerdote se levantó, tomó su abrigo para retirarse pero los niños no se quedaron muy conformes con esas respuestas, pues querían saber dónde estaba enterrado Jesús. En medio del ruido, se oyó una delicada voz de niña que dijo:
-Padre, Jesús no está enterrado en ningún sitio porque resucitó al tercer día.
Con un ¡ssshhh! El sacerdote pidió que se hiciera silencio por un momento, y respondió a la niña diciendo: -Así es. La respuesta de María es correcta. Jesús no está enterrado en ningún lugar porque resucitó. Y como resucitó, quiere decir que está VIVO.
Aprovechando la ocasión, el padre no quiso perder la oportunidad para animar a los niños y despertar en ellos el deseo de recibir a Jesús Sacramentado, diciéndoles:
-Mis pequeños, si Él estuviese en la tumba nada tendría sentido. Lo bueno de las tumbas de los santos y de los héroes es que sus cuerpos están allí; nos confirman su existencia. Lo bueno de la tumba de Jesús es que Él no está allí; nos confirma su Resurrección y con ello, también la nuestra.
Padre Eterno, tú que nos ha abierto las puertas a la vida eterna por medio de Jesús, concédenos las gracias de ser cirios, siempre encendidos por tu amor.
(Ana Maria Shambaugh es asistente administrativo del Ministerio Multi-cultural de la Diócesis de Davenport.)