Por Miguel Moreno
El Mensajero Católico
Noticias de muerte y destrucción nos llegan de todas partes. Cuando estas cosas ocurren por fenómenos naturales, como terremotos, tsunamis, el corazón se nos encoge y la tristeza nos abarca.
Cuando los aconteci-mientos ocurren de esta forma, más de uno levanta sus manos al cielo y exclama: “¿Por qué, Dios mío, permites que suceda esto? ¿Por qué permitas que haya tantos niños muertos? ¿Por qué permitas que la gente pobre sufra tanto? ¿Dónde está tu amor y tu compasión con el necesitado? En fin, hay muchas preguntas humanas y de fe que se dirigen a Dios en momentos de pesar. Las preguntas se resumen en una: ¿Por qué si hay un Dios amoroso la gente sufre? Sin embargo, esta pregunta encierra otra: ¿Por qué existe el mal?
Este es un tema muy delicado, porque efectivamente, como podemos decir que Dios nos protege si estamos viviendo algo diferente, si vivimos en el sufrimiento. El dolor, el sufrimiento, la pena y todo lo desagradable que puede acontecer en el mundo, es utilizado por los ateos, personas que no creen en Dios, para argumentar sus ideas y enseñar a otros, que Dios no existe.
Pues bien, la pregunta se pone a un nivel filosófico, partiendo de realidades concretas. Aunque bastaría responder filosóficamente diciendo que, si hay una idea del mal es porque se tiene una idea del bien, o mejor decir, una experiencia del bien; en otras pala-bras, si se tiene una experiencia del mal, es porque se tiene una experiencia del bien en un Dios que es amoroso. Pero nuestra respuesta va más allá de lo filosófico, nuestra respuesta es a partir de nuestra fe.
Nosotros creemos en un Dios que es amoroso y que con su providencia nos cuida y nos protege. A la misma vez afirmamos, que Dios es la sabiduría y que nosotros no alcanzamos a comprender todo lo que acontece. Y esa es nuestra fe. Creemos no porque entendamos en su máxima extensión, sino porque reconocemos que somos seres limitados y que en la inmensidad de Dios, todo tiene su sentido. Y esa es nuestra fe. No un salto del punto A al punto B, sino más bien como dijo el teólogo: “Nuestra fe es un salto del punto A hacia donde Dios quiera.” Lo único que nosotros sabemos, es que estamos en las manos de un Dios de amor, como estar en las manos de un buen cirujano, quien nos corta el pie, para que no nos dé gangrena. Así, sometemos nuestras limitaciones, a la sabiduría y omnisciencia de Dios.
Dios no es el causante del sufrimiento, sino más bien, el dador de salud y bienestar. Si hay algunas cosas que no comprendemos, abandonémonos en las manos de Dios, a la larga esa es nuestra fe, no una explicación del misterio, sino dejarse llevar por Él.
Teniendo esto en mente, la pregunta inicial, ¿por qué, Dios mío? se transforma en una respuesta: “Porque eres el Dios mío, me sigo abandonando en Ti.”