Por: Miguel Moreno-Iberico
El Mensajero Católico
Cuando encuentres estas líneas, seguro que ya estaremos próximos a celebrar la Navidad. El clima de Iowa nos mantiene en casa, donde encontramos una calidez que ninguna nevada puede apagar: el fuego que surge de la fe que compartimos y del gozo que sentimos al celebrar juntos en familia la Navidad. Es la celebración más esperada y vivida por todos los miembros del hogar: El nacimiento de Jesús, nuestro Salvador.
En cada rincón de nuestra Diócesis, se siente el aroma a pino y a tamales. Se escuchan los villancicos que nos recuerdan a nuestra tierra y, sobre todo,
sentimos la espera gozosa que comenzó con el Adviento.
En este tiempo, no dejemos de recordar lo siguiente:
El Pesebre (El Misterio): Debe estar en el corazón de nuestro hogar. No es solo un adorno, sino la primera catequesis que ofrecemos a nuestros hijos. Al colocar la figura del Niño Dios, oramos con fe: ¡Bendícenos, Señor, con tu presencia!
Las Posadas: Recordamos el peregrinaje de María y José, que buscaban un lugar donde nacería el Rey. Esto nos llama a abrir las puertas de nuestro corazón al forastero, tal como lo hizo Jesús al hacerse uno de nosotros. Si su parroquia está celebrando Posadas, ¡participe! Es un hermoso momento de comunidad. Es muy probable que quien llega sea el Señor, por eso, dilo confiadamente: ¡Bendícenos, Señor, con tu presencia!
La Santa Misa: Participemos como familia de la celebración Eucarística. Allí, efectivamente, todos decimos jubilosamente: ¡Bendícenos, Señor, con tu presencia!
Les deseo a todos ustedes, el bien que piden para otros. Les pido que, en lo profundo de su corazón, puedan repetir una y otra vez, ¡Bendícenos, Señor, con tu presencia!







