Por Miguel Moreno
Sorteando papeles, me encontré con una foto de inicios de los años ochenta (¡Ha pasado tanto tiempo!). La única foto que conservo de aquellos con quienes compartí la experiencia de los estudios secundarios. Ya no reconozco algunos de los rostros. Tampoco se me hace fácil recordar sus nombres. Aun así, siempre tengo curiosidad por saber de ellos: dónde se encuentran, qué hacen, en fin, saber sus historias… Esta foto solo es un instante de un tiempo mucho, pero mucho más largo.
Por supuesto, que cuando llego al pueblo de la infancia, donde aún puedo encontrar personas que me recuerdan de niño (cada vez son menos), mi mente va al pasado, descubriendo en mi historia la presencia de Dios en las mil bendiciones recibidas a través de tantas personas.
Allá me encuentro con los amigos (bendición recibida desde pequeño), quienes siempre hacen tiempo para compartir un poco de todo. Los amigos, riqueza ofrecida en silencio, en consejo, en abrazos, en protección, en apoyo, en una sonrisa, en el perdón que brindan frente a los errores, limitaciones y necedades. Los amigos, aquellos con quienes conserve el hilo del tiempo, se encuentran también en esa foto.
Mi historia — que es la forma en que yo he invertido el tiempo que Dios me ofrece- está colmado de personas. Considero que todas ellas son una bendición de Dios, aunque ciertamente, que algunas llegaron para compartir el instante y otras para quedarse en el tiempo.
A todos ellos, en el lugar donde se encuentren, y si por esas cosas de la vida y la comunicación actual, llegaran a leer estas líneas, sepan que rezo por ustedes y sus familiares.
Dios, gracias por cada una de las personas que he conocido. Te pido por ellas y sus familias. Tú que nos has dado la gracia de conocernos, nos brindes la oportunidad de volvernos a ver. Bendice a los amigos de ayer, de hoy y de siempre. Amén.
(Miguel Moreno es coordinador del ministerio multicultural de la Diócesis de Davenport.)