Por el P. Bernie Weir
El Mensajero Católico
El mes pasado escribí un artículo para El Mensajero Católico, que decía que iba a Sahuayo, una ciudad del estado de Michoacán, en el occidente de México; para participar a las actividades de canoni-zación de José Sánchez del Río, un mártir de 14 años. Él fue condenado a muerte hace 88 años por negarse a renunciar a su fe católica. Yo tenía ganas de hacer una peregrinación, no tanto por una devoción a José, sino por mi devoción a los mártires. Esta fue mi mane- ra de honrar a todos los mártires de todos los tiempos, lugares y fe.
Por favor, permítame decirles que mi reacción, una vez que llegué allí, fue muy diferente de lo que yo esperaba.
Este año yo planeé tomar unas vacaciones en Honduras y Guatemala. El día que leí en El Mensajero Católico que el Beato José Sánchez iba a ser canonizado el 16 de octubre en Roma, llamé a mis amigos y cambié mis planes. Las fechas de mis vacaciones coincidían con las fechas en que se daría la celebración local de la canonización en México. El viaje estaba destinado a darse. Llamé al padre Hugo Ramírez y le pedí que me acompañara y que hiciera algunos arreglos para concelebrar la misa en Sahuayo. Yo conozco al Padre Hugo desde que fue un seminarista en Morelia, Michoacán, y a su familia aún más. Él tiene dos hermanos y una hermana aquí en la parroquia St. James en Washington, Iowa, donde soy pastor.
El Padre Hugo hizo nuestra reservación de un hotel asequible por computadora. Nosotros tuvimos mucha suerte. Estaba ubicado el centro de la ciudad, cerca de la acción. Nosotros estuvimos de pie en el balcón, planeando nuestro día; cuando se nos anunció que una procesión de jóvenes comenzaría a las 11 a.m. Más de 1.000 personas caminaban en frente de nuestro hotel. Mientras ellos caminaban, cantaban y bailaban, empezó en mi una montaña rusa de emociones. Yo lloré como un bebé mientras las reliquias pasaban frente a nosotros. En mi emoción le dije al padre Hugo: “Me voy con ellos. Te encontraré más tarde”.
Mi familia siempre me advierte que no camine solo, mientras este en México pero siempre les digo: “Por supuesto que no voy a caminar solo”. Bueno, me fui con 1.000 personas y no sabía a dónde íbamos. Yo estaba en una peregrinación y necesitaba comenzar.
Durante la procesión, empecé a controlar mis emociones hasta que pasamos por otro sitio importante en la vida de varios mártires. Cuando nos detuvimos, donde el pastor del Beato José había sido asesinado y vimos los agujeros de las bala todavía en la pared de la Iglesia, lloré como un bebé.
Al principio de la procesión, sentí una profunda tristeza. Pensé que estaba sintiendo el peso de mis pecados. Pero me di cuenta de que no lo era. Ese peso ya había sido llevado al Calvario por Cristo. Lo que sentía era la tristeza espiritual por mis pecados desde el centro de mi alma. Me sentía indigno de estar caminando por los pasos del Beato José. Durante el paseo sentí muchas emociones diferentes: gran alegría y aceptación, profunda desesperación, indignidad, horror y profundamente amado.
Yo no tenía idea de a dónde íbamos. Sólo sabía que estaba a salvo, y lo que sea o donde sea que nosotros llegariamos, tendríamos el rosario y la adoración. Según mi pulsera fitbit (pulsera que cuenta las millas), 5 ½ millas más tarde llegamos a un estadio. Yo sabía que estaba en la pre-sencia de un “santo” y que estaba a salvo. Nueve horas después de comenzar este viaje, el padre Hugo me llamó y me preguntó dónde me encontraba. No tenía ni idea, así que pasé mi teléfono a alguien en la muchedumbre para dar al padre Hugo mi ubicación. Yo estaba teniendo una experiencia tan maravillosa que no tenía ni idea de que me había desaparecido por nueve horas. Yo era un peregrino. No estaba perdido. Yo estaba en la presencia de un “santo.” San José Sánchez se encargaría de que yo encontrara mi camino a casa. Afortunadamente, el padre Hugo tenía un coche y me recogió.
Al día siguiente, cuando estábamos en el lugar del martirio de San José Sánchez, dos jóvenes de 16 ó 17 años, estaban allí con velas votivas para honrar a San José Sánchez. Me dijeron que venían a menudo a su lugar del martirio y que estaban contentos de haber venido a visitar a su “Josecito” (Joey).
Cuando vi por primera vez a estos chicos, no parecían el tipo de chicos que me gustaría presentar en casa a mis sobrinas. Mientras conversábamos, me preguntaron por qué había venido y si tenía devoción por Josecito. Les expliqué quién era yo y por qué estaba allí. Me dijeron que pedirían a San José Sánchez, que orarían por mí y mi parroquia. Antes de despedirnos, hablaron de temas típicos de adolescentes. Dijeron que escucharon chicos de su edad que tenían sus propios autos en los Estados Unidos y me preguntaron si las chicas de mi parroquia son bonitas. Cuando llegó el momento de despedirse, dijeron: “Viva Cristo Rey”, al clamor de San José Sánchez y los otros Cristeros. Entonces, los adolescentes salieron corriendo a encontrarse con amigos fuera del cementerio.
Orgullosamente traería a estos chicos a casa para conocer a mis sobrinas.
Una hora más tarde estaba de pie frente a una fosa común de 27 desconocidos mártires adolescentes. Hay imágenes gráficas de estos jóvenes muertos cerca de la tumba. Todo lo que podía pensar era en los dos chicos adolescentes, cuyos nombres no conozco. Hace ochenta y ocho años, ellos podrían haber estado entre estos mártires. Mientras lloraba en profunda tristeza como un bebé, le pedí a los desconocidos mártires adolescentes que protegieran a estos dos jóvenes de fe y a sus amigos.
Más tarde, fui uno de los nueve sacerdotes concelebrantes en la primera misa en honor de San José Sánchez después de su canonización. Uno de los sacerdotes me entregó el Misal Romano para leer una de las partes concelebrantes. Pasé el libro al sacerdote a mi lado. Yo sentí una gran tristeza, pensando que no era digno de decir estas oraciones con fuerte acento de un mal español. San José Sánchez merecía algo mejor que eso.
Yo fui bendecido durante mi peregrinación en Sahuayo en una forma que no puedo expresar con palabras. Fui bendecido por Cristo, llevado por el Espíritu Santo, ayudado por San José Sánchez del Río y 27 desconocidos mártires adolescentes. ¡Viva Cristo Rey!