Por Ana Maria Shambaugh
El Mensajero Católico
Desde que empezamos a ver, asimilamos lo que nos rodea. Es la forma primera de conocer el mundo. Sin embargo, mirar con los ojos del alma es ir más allá; es reconocer la bondad y la compasión; es descubrir lo bueno de los demás y dejar el ego, el cual se alimenta de la mente y no por el corazón.
Hace poco leí esta historia. Dos hombres, ambos muy enfermos, ocupaban la misma habitación de un hospital. A uno se le permitía sentarse en su cama, para ayudarle a drenar el líquido de sus pulmones. Su cama daba a la única ventana de la habitación. El otro hombre tenía que estar todo el tiempo boca arriba. Ambos hablaban de sus familias, sus hogares, sus trabajos. Y cada tarde, cuando el hombre de la cama junto a la ventana podía sentarse, pasaba el tiempo describiendo a su vecino todas las cosas que podía ver a través de su ventana.
Cada día su mundo se ensanchaba y cobraba vida con todos los colores del mundo exterior. La ventana daba a un parque con un precioso lago; patos y cisnes jugaban en el agua, mientras los niños lo hacían con sus cometas. Los jóvenes enamorados paseaban de la mano, entre flores de todos los colores del arco iris; grandes árboles adornaban el paisaje, y se podía ver en la distancia una bella vista de la de la ciudad.
Una mañana, la enfermera encontró el cuerpo sin vida del hombre de la ventana. Tan pronto como lo considero apropiado, el otro hombre pidió ser trasladado a la cama cerca a la ventana. La enfermera le cambió encantada y, tras asegurarse de que estaba cómodo, salió de la habitación.
Lentamente, y con dificultad, el hombre se esforzó para girar despacio y mirar por la ventana al lado de la cama, pero se encontró con una pared blanca.
El hombre preguntó a la enfermera que podría haber motivado a su compañero describir cosas tan maravillosas a través de la ventana. La enfermera le dijo que el hombre era ciego y que no habría podido ver ni la pared, y le indicó: “Quizás solo quería animarle a usted”.
Los ojos del alma son rebosantes de vida son ojos espirituales que ven las cosas de una forma positiva, no solo uno se beneficia sino que beneficiamos a los demás; son ojos cargados de ganas de vivir, y aunque a veces los vemos un poco cansados, siempre están llenos de esperanzas.
Que felicidad es saber brindar con nuestra mirada ese regocijo interior a quienes nos rodean, trasmitir serenidad, con-fianza y fe. Recordemos que el dolor compartido es la mitad de las penas, pero la felicidad cuando se comparte, es doble.
Y tú, ¿qué miras a través de tu ventana?