El 8 de diciembre del año 2015, el Papa Francisco hizo una invitación a todos los cristianos católicos a vivir un tiempo especial bajo el título: “El año jubilar de la Misericordia”. Este es un evento universal que está renovando la vida de nuestras comunidades cristianas en las dife-rentes diócesis en los Estados Unidos y en otros países.
La invitación a vivir “el año de la misericordia”, aquí, en la Diócesis de Davenport la hemos acogido con alegría y fervor, porque sabemos que este tiempo es de Dios y de su Iglesia. Confiamos en todas las bendiciones que Dios tiene reservado para los sacerdotes, diáconos y los laicos de nuestras comunidades.
Situaciones vividas al interior y exterior de la Iglesia han motivado un lema para este tiempo especial: “Misericordiosos Como el Padre”. Este lema servirá para guiar el camino de los cristianos en este tiempo.
Los cristianos de nuestra diócesis se han reunido en sus parroquias para reflexionar sobre el lema: “Misericordiosos como el Padre”. La buena participación de los laicos en estas jornadas nos indica que estamos caminando de la mano de nuestros pastores. Estamos respondiendo al llamado del Papa Francisco.
Inspirados en el evangelio según san Lucas 15,11-32, que narra la parábola del hijo prodigo, nosotros hemos reflexionado sobre la actitud de Dios Padre hacia sus hijos e hijas y las actitudes de los hijos e hijas hacia el Padre.
Aprendimos que somos como el “hijo menor” del evangelio cuando nos alejamos de la vida de la fe, de la Eucaristía, de la Iglesia, o cuando sufrimos y hacemos sufrir a otros por nues-tro pecado. Cada vez que caemos en el pecado nos alejamos de Dios, y sufrimos las consecuencias de nuestros pecados; su-frimos y lloramos porque estar lejos de Dios es muy triste.
En otros momentos somos como “el hijo mayor”. Cuando hacemos sentir a los demás que ellos son los “malos” y nosotros los “buenos”. También cuando somos indiferentes frente a otros juzgándolos por su “mal” comportamiento, y cuando culpamos a otros convirtiéndonos en “jueces” de la vida de los otros.
La vida cristiana nos enseña que el único juez de nuestras vidas es Dios. Nosotros todos somos “malos” y necesitamos convertirnos permanentemente. Nunca terminaremos de ser “buenos” mientras vivimos aquí; será en el cielo cuando nuestras vidas se unan a la vida del Padre. Nuestras vidas serán asumidas por la Bondad de Dios.
Lo que sorprende en el evangelio de Lucas es la figura del Padre; este es el Dios de nuestra fe, el Padre que tiene una “casa” para todos sus hijos e hijas; el Padre que no compara ni discri-mina a sus hijos e hijas, pues todos tenemos la misma dignidad. Este Padre siempre tiene los brazos abiertos para recibir a sus hijos e hijas que algún día decidieron abandonar la casa, y se perdieron en “muchos lugares” a causa de sus pecados.
Así es nuestro Dios. Nunca se cansa de esperarnos para acogernos en su casa con alegría.
Este año de la misericordia es un tiempo propicio para pensar en nosotros mismos, en todas las veces que dejamos de seguir a Jesucristo en la Iglesia. Es un tiempo para hacer un “examen de conciencia”, arrepentirnos y recibir el perdón que Cristo nos ofrece sacramentalmente en su Iglesia.
Debemos estar atentos al llamado de Cristo y de nuestros pastores; ellos nos invitarán a parti-cipar en todas las actividades de nuestra diócesis en el año jubilar de la misericordia.
Dejémonos iluminar y guiar por el lema: “Misericordiosos Como el Padre”. Este debe inspirar nuestra conversión personal y comunitaria a Jesucristo. Este es el tiempo de Jesucristo y de la misericordia…el tiempo de la Iglesia…y tiempo de la Salvación. ¡Dios bendiga a nuestras comunidades!
(Manuel Cuya es el asistente de pastor en la parroquina “La Tranufiquaraciou en Newark, N.J.)