Por: Miriam Wainwright
El Mensajero Católico
Durante nuestra experiencia impartiendo clases pre- matrimoniales, mi esposo y yo, hemos visto la sorpresa de algunas parejas, al darse cuenta de lo que es el santo sacramento del matrimonio y lo que re-presenta, lo que Dios quiere de nosotros como matrimonio, como esposo y esposa y, también, como padres.
Muchas de las parejas han tomado la decisión de bendecir su unión, después de varios años de convivencia. Al conocer lo que la bendición divina significa en la unión del hombre y la mujer, todos se han hecho la pregunta: ¿Por qué no nos casamos antes? Y es que en estos tiempos, donde impera la falsa doctrina del ‘’tengo derecho a ser feliz ‘’, tenemos miedo de tomar la decisión de hacer feliz al otro, y ya lo dijo el Maestro: “No hay amor más grande que dar la vida por los amigos”.
Cuando nos comprometemos a amar, nos comprometemos a dar todo de nosotros. El matrimonio es algo serio, elevado a sacramento y constituido indisoluble por el mismo Señor Jesucristo que nos dice en el Evangelio de Marcos 10, 9: “Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre’’; por lo tanto, el matrimonio es para siempre, pues, es una alianza entre la pareja y Dios y ningún hombre sobre la tierra puede romper la unión que ha sido sellada con el Altísimo.
La vida del cristiano entre otras formas, puede vivirse como consagrado sirviendo a Dios en la Iglesia o como consagrado sirviendo a Dios en la familia. Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, y dijo: “No es bueno que el hombre esté sólo, voy a hacerle una auxiliar a su semejanza’’. Sacó Dios una costilla de Adán para formar a la mujer y Dios los bendijo diciéndoles: ‘’Sean fecundos y multiplíquense, llenen la tierra y sométanla’’. Así encontramos los dos fines esenciales del matrimonio, el primero para que el hombre y la mujer vivan en comunión, en compañía y amistad, y el segundo para procrear hijos, para crecer y multiplicarse.
Esa bendición que Dios dio a Adán y a Eva, la obtenemos nosotros cuando habiendo decidido unirnos como pareja, vamos al altar a presentar nuestros votos a Dios y al cónyuge, para prometernos vivir unidos en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, en la alegría y en la tristeza, ya que el matrimonio es la unión en la que llegamos a ser un solo cuerpo y una sola alma. Por lo tanto, no somos dos los que nos comprometemos, si no tres, el hombre , la mujer y Dios, quien es la base para que una pareja pueda llevar un matrimonio bueno y santo a través del cual los esposos podamos santificarnos, amándonos ya no solo con el amor humano si no también con el amor de Dios.
En la actualidad se nos presentan diversas formas de ‘’felicidades erróneas’’, casi siempre en contra de los preceptos y mandatos de Dios y que, al final, terminan por destruir el amor, la paz, la felicidad y la unidad de la familia. Encontramos hombres y mujeres buscando su felicidad en lugares y opciones equivocados, hiriendo y dañando a sus seres queridos, acabando con el respeto y los valores familiares y que solo termina sumiendo al hombre o a la mujer en un profundo sentimiento de culpabilidad y soledad, pues, cuando el hombre busca su felicidad en su necedad, egoísmo y vanagloria y no como Dios le manda, termina siendo totalmente infeliz.
La verdadera felicidad la recibimos en la misma manera en que la damos, porque es dando que recibimos. La Iglesia entiende que la convivencia en pareja es difícil y que tendremos que enfrentar toda clase de pro-blemas, por la diferencia de caracteres, costumbres y experiencias que nos marcan a cada uno individualmente, pero no debemos olvidar que así como las tormentas en la naturaleza son necesarias para nivelar las tempera-turas, así también los problemas en el ser humano son necesarios para la templanza y el fortaleci-miento del espíritu y que para enfrentar esos problemas contaremos siempre con la ayuda de Dios y con las gracias santificantes que nos da, para superarlos, levantarnos y regresar al camino cada vez que nos apartamos de Él.
El matrimonio es maravilloso, pues a través de él, el hombre y la mujer se realizan en su totalidad, pues nos concede la oportunidad de unirnos a un compañero o compañera, compartir todo en pareja y poder formar juntos una familia.
Te invitamos hermano y hermana, si todavía no estás casado por la Iglesia, a que averigües en tu parroquia que debes hacer para lograr la bendición del Señor.
¡Dios bendiga a todos los hombres y mujeres que han consolidado su amor en el sacramento del matrimonio!