Por Hermana Irene Muñoz
“El Espíritu del Señor esta sobre mí, El me ha ungido para llevar la buena nueva a los pobres, para anunciar la libertad a los cautivos y a los ciegos que pronto van a ver, para proclamar la libertad a los oprimidos y el año de gracia del Señor” (Lc 4:18-19).
Cada vez que oigo este pasaje de San Lucas me quedo pensando en la gran responsabilidad que tenemos como seguidores de Cristo de cuidar, ayudar y de seguir los pasos de Jesús en solidaridad y justicia con los pobres de la tie-rra. Hoy les quiero compartir otra historia de una pareja que apenas llegaron de otro país. Aquí les presento su historia para que todos se den cuenta que siempre sigue la gente caminando a los Estados Unidos. La realidad de la pobreza es un problema que nos concierne a todos. Espero con esta historia nos anime a trabajar por la reforma migratoria y que no nos olvidemos de nues-tros hermanos y hermanas pobres.
Ahora escuchen la historia de esta joven y su esposo. Ella me dice que la razón para ir a México era que no había visto a sus padres por 10 años y tomó la decisión de regresar a México para ver a sus papas aunque sus hijos son ciudadanos. Ella ahora comienza su historia llegando al Río Bravo. “Salimos yo y mi esposo el 7 de Marzo de 2013 para los EE. UU. y nos dejaron a la orilla de unos pueblos y nos bajaron. El grupo consistía de 50 personas pero durante el trayecto la policía de migración capturó a 45 de ellos y solamente cinco pudimos escapar. Allí empezamos a caminar toda una noche sin parar. Era ya el desierto. De día nos escondíamos debajo de los árboles. Se hizo de noche y a caminar otra vez y ya no teníamos ni agua ni comida.
Empezamos a sentir apuración y miedo. La gente lloraba. Decían unas señoras nos íbamos a morir sin agua y sin comida, pero en ese momento mi esposo y yo empezamos a rezar el rosario. Fue sorprendente como casi toda la gente nos rodeaba y nos acompañaba rezando el rosario y créanme que durábamos horas que Dios nos quitaba la sed y el hambre. Me acorda-ba de Jesús en el desierto y le pedíamos a Dios por la intercesión de María que a nosotros también nos ayudara. Pasó otro día y ahora sí sentí y creí que íbamos a morir. Ya no teníamos fuerzas por el calor del sol de caminar tanto y nos estábamos acabando. Ese día lloré y mi esposo también; pensamos que nunca más volveríamos ver a nuestros hijos. Algunos se estaban deshidratando, y vomitaban. Fue algo muy triste. Nuestra familia duró días sin saber de nosotros.
Mis hijos le preguntaban a mi mamá por mi y ella no sabía que decirles. Mis papás les decían que pronto iba a volver a estar con ellos. Mis hijos a veces lloraban. Nos extrañaba y yo a ellos también. Mis hijos son mi vida. Los amo mucho. De los cincuenta que veníamos la mayoría eramos padres de familia, pensábamos que nuestros hijos se iban a quedarse solos sin padres. Era triste que el único recurso que había para quitar la sed era tomar los orines. No quedaba más. Pedíamos a Dios que nos pusiera agua en el camino. Al día siguiente, caminando cansados ya sin fuerzas encontramos agua, pero muy sucia. Así la tomamos. Yo empecé a querer vomitar. Sabía feo pero teníamos que tomarla para seguir. Había momentos en que yo me asustaba, manadas de venados bufaban muy feo y tenía mucho miedo.
Al fin ya estábamos cerca de Houston. Creíamos que ya habíamos pasado lo peor pero seguíamos sin comer, sin agua y sin carga de celular para comunicarnos con nuestras familias. A lo lejos vimos una gasolinera. No teníamos idea donde estábamos y cómo se llamaba el pueblo. Tuvimos que esperar a que se hiciera de noche para que alguien fuera a la gasolinera a comprar para ver el recibo y ver como se llamaba el pueblo donde estábamos. Al caminar nos encontramos más compañeros que también se escaparon. Nos dio gusto. Nosotros ya éramos cinco personas, dos mujeres y tres hombres y los compañeros eran cuatro y les platicamos que queríamos ir a la gasolinera pero a algunos se les había desgarrado la ropa, otros estaban sucios, bueno muy mal. Uno de los compañeros nos dijo que si queríamos, él iba. Le dijimos, “Sí, tú andas mejor.”
Fueron dos y juntamos dinero, como $100.00 para que nos trajeran agua y comida, pues fueron y regresaron. Estábamos contentos. Creíamos que íbamos a saber donde estábamos pero llegaron y sólo nos dieron unas galletas y un galón de agua y sodas y nos dijeron: “Coman ustedes aquí y nosotros vamos a sentarnos bajo aquellos árboles.” Les preguntamos por qué no trajeron comida y ellos nos dijeron que porque iban a sospechar que acá había gente. Confiamos en ellos y nos robaron el dinero y el recibo. Nos sentimos tristes porque ellos andaban igual que nosotros. Solamente comparto estas historias para que no se olviden de rezar por los pobres que siguen llegando a los EE.UU. y por la reforma migratoria.”
(Hermana Irene Muñoz es asociada pastoral en ministerio multicul-tural de las parroquias Catolicas de Ottumwa.)