Por: Lindsay Steele
El Mensajero Católico
Estimados lectores, tal vez han notado la ausencia de mi columna en este periódico en años recientes. Creo que es tiempo que confiese donde he estado y hacia donde quiero ir en el futuro.
Honestamente, llegué a un punto en el que simplemente no podía escribir. Escribir una columna en el periódico sobre tu fe, cuando en lo profundo, no tienes mucha, es como tratar de manejar con una venda en los ojos.
No puedo señalar ningún evento en específico o experiencia que condujo a esta pérdida de fe. Sí, mi parroquia pasó por cambios que me llevaron a abandonarla; pero con facilidad pude ir a otra. Por lo menos, pude haber asistido a la misa en la cancillería. Pero, no lo hice. Aunque mi supervisora, Barb Arland-Fye, sabía que estaba batallando (ella me reaseguraba que la fe era más como una jornada que como algo que tienes o no), mantuve esta falta de fe en secreto, sin que nadie de las personas con quien trabajo lo supiera. Me daba pena – trabajar en un lugar inmerso en el objetivo de compartir la fe – y no quería que nadie lo supiera.
De vez en cuando, oraba en casa sobre esto. Una o dos veces lo mencioné en confesión. Parecía que nada me ayudaba, y comencé a asumir que siempre estaría en este estado de desánimo. Suponía una de dos cosas, o que Dios no se preocupaba por mí, o que Dios simplemente no existía.
Ahora yo sé, que Dios si me escuchaba. Es que a veces, Dios responde a nuestras oraciones de maneras que no esperamos y en el momento que menos lo esperamos.
Hace unos meses, Hugo Rodriguez, quien fuera seminarista, comenzó a trabajar en el Centro de San Vicente, donde están las oficinas de la Diócesis de Davenport, mientras sigue discerniendo su vocación. Aunque Hugo es 10 años menor que yo, tenemos muchas cosas en común y nos hicimos amigos rápidamente. Mientras nos íbamos conociendo, era más común que habláramos de fotografía que de la fe, pero orábamos el uno por el otro. Con el tiempo, comencé a sentir un deseo de ir a misa otra vez. También comencé a interesarme en aprender a rezar el rosario, sin haber tenido ningún interés anteriormente. ¿Tenía todo esto que ver con las oraciones de Hugo por mí? Creemos que tal vez, basado en la importancia que María es para la fe de Hugo y comenzamos a rezar el rosario en la capilla del Centro de San Vicente después del trabajo.
Ahora, me encanta rezar el rosario. El repetir de las oraciones me trae calma y paz. Me siento menos estresada cuando llego a casa del trabajo, así que puedo dar lo mejor de mí a mi esposo, Chris, y a nuestro hijo, Bradley, quien tiene tres años. En los misterios del rosario, aprendo mucho sobre cómo ser una mejor persona y una mejor católica al pensar en cómo Maria vivió su vida.
Desde que comenzamos a orar juntos, Hugo y yo hemos visto como Dios obra en la vida de las personas de formas significantes. Ofrecemos peticiones por nuestros amigos, compañeros de trabajo, y familiares que están batallando con algo. En situaciones, oramos por nuestras batallas personales. Mi fe ha crecido de gran manera y Hugo ahora es como un hermano para mí. Hay una alegría en saber que Dios obra a través de uno y de aquellos quienes uno ama.
Los cambios de horarios han hecho que Hugo y yo no podamos orar últimamente como antes; pero yo he continuado orando el rosario sola y, a veces, con Barb. Mi familia, Chris, Bradley y yo, hemos estado participando en misa en la parroquia de Nuestra Señora de la Victoria en Davenport. Bradley aun no entiende todo sobre la misa o lo que es, pero participa a su manera, usualmente canta la canción de su caricatura favorita “Paw Patrol” durante los cantos de la misa. ¡Por lo menos está intentando!
Estoy agradecida por el camino que Dios me ha llevado en estos últimos meses, y tengo la esperanza que mi fe seguirá creciendo. Espero, no pasara tanto tiempo antes de que vuelva a escribir.